Un buen día te levantas y descubres que algo ha cambiado; tu mirada del mundo es distinta. Los matices ganan protagonismo en esta nueva realidad: has tomado una decisión que posiblemente, cambiará el rumbo de tu apacible vida.
Sabías que llegaría el momento, tarde o temprano, de enfrentarte a ella. Pero no tenías prisa. Porque la prisa no sabe de pausas, de silencios. La intuición en cambio, sosegada y paciente, te avisó de que había llegado en momento de arriesgar sin complejos.
Un buen día te miras en el espejo: cada rasgo, curva y cicatriz te recuerdan de dónde vienes. Cada lunar, un hogar imperfecto, que ha elegido tu cuerpo como refugio de un pasado que no entendió de palabras, sino de hechos. Hechos que ahora llaman a la puerta para recordarte que hoy es el resultado de quién fuiste, pero no de quién eres.
Hay preguntas difíciles de responder entre tanto barullo; preguntas que sólo podemos responder desde la calma y el silencio. Entonces, descubrimos que las respuestas más importantes encuentran su voz en la emoción. Un sentimiento que da luz y disipa toda duda acerca de un futuro incierto.
Cómo puede cambiar nuestra vida elegir ser alguien ahora. Después será otro día, otro momento, y otro lugar, que requerirán de ti ser otra persona. Pero este instante sólo tiene oídos para el alma paciente, que no teme exponerse.
Así que, un buen día te levantas y descubres que tu paso sigue un nuevo ritmo. Por algún motivo, te invade una gran felicidad. Es el equilibrio que tanto anduviste buscando. Te has convertido en el instrumento perfecto; la clave de tu propia sinfonía.
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