Nos pasamos la vida esperando, deseando, soñando; preguntándonos qué nos deparará mañana. Entonces mañana llega y nos recuerda que ya no quedan días, sólo horas malgastadas en nada.
Esperamos que las cosas mejoren, que todo cambie y podamos vivir la vida porque de eso se trata, de sentir que ha merecido la pena. Que hemos venido a cumplir un propósito; que somos especiales y únicos. Irremplazables.
Hasta que un día descubres que no eres tan especial, ni tan único. Sólo eres uno más entre tantos. Que la suerte es un invento para minar la moral de los débiles, porque sólo el esfuerzo y el talento, pueden llevarnos a alguna parte.
Pero qué sería de nosotros sin la fe. Sin la esperanza de que quizás, tengamos un hueco reservado entre los grandes. Porque todos queremos trascender de alguna forma; perdurar en la memoria.
Si pudiera pintar en un lienzo mi vida, elegiría tonos ocre para el cielo, turquesa para el país de los sueños, y una gama de colores dispares para la base. Porque la incoherencia reina en mi mundo. Un mundo de infinitas posibilidades.
Nos pasamos la vida intentando, añorando, queriendo.
Los días pasean entre remordimientos y mientras, la vida se regodea entre sábanas de terciopelo. Esperando ese momento finito: ahora; del que solo quedan pedazos incompletos.
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